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miércoles, 27 de mayo de 2015




Todos éramos hijos
María Rosa Lojo

 
Angustiados, temerosos y olvidados, los personajes de esta novela, casi al final se preguntan: ¿Qué podemos significar nosotros? Somos gente común. La respuesta es categórica: Ninguna sociedad cambiaría sin las personas comunes, del montón.
Esta novela no es del montón. Todos éramos hijos se divide en tres actos y tiene un cuarto acto o cuarta parte o acto final que se transforma en una obra de teatro breve y reveladora, que se titula Casandra-Frik habla con los muertos.

Frik es la protagonista de esta historia, tanto como lo es el país en los años previos a 1976, en la vida que va desde la aparición y asunción del Tío Cámpora hasta el regreso del padre de todos los hijos, Perón. Esta novela es tanto la historia de familias que crecieron en un clima extraño y violento como la historia del porqué de esa época asfixiante donde se gestó todo el mal que después explotaría.

Frik está en el colegio secundario. Colegio Católico. Frik no se llama Frik, se llama Rosa, pero ese apodo puesto por una fugaz estudiante de intercambio norteamericana desplazará su nombre a lo largo de la historia. Frik está parada, formada, escucha el himno y no puede contener las ganas de ir al baño. Frik se moja la ropa, la pierna, las medias y el zapato por permanecer estoica, indiferente y altiva. El resumen de una parte de la sociedad que atravesó esa época. Los otros factores de esa sociedad no están resumidos, están ampliados y explicados en la novela. Frik va a ser Kate Keller en la obra de teatro que se interpretará en la escuela. All my sons es la obra de teatro que Arthur Miller escribió como crítica al Sueño Americano y que será interpretada por un grupo de alumnos de un colegio católico a principio de los 70 en la Argentina y que los acercará a la parroquia y la política, algo que en ese momento no se podía separar. Frik entiende, pero no participa. Quizás el miedo, la inacción o la resistencia se la transmitieron sus padres, Ana y Antonio, dos sobrevivientes y prófugos del régimen Franquista. Régimen que albergó a Perón, el padre de la patria y la libertad que vuelve a traer amor.

La novela habla de la adolescencia, de amores no correspondidos, de la sexualidad, de la homosexualidad, de la política, de la fe, de Dios, de la vida, todo rodeado de un ambiente eufórico para aquellos que creen en el cambio y de infelicidad para los que piensan que nada puede cambiar. Hay una escena en particular que marca a los escépticos: el padre de uno de los compañeros de Frik coquetea con ella, le da para leer el Señor de las Moscas, de Golding, escrito en inglés. Ella nunca se lo devuelve, pero siempre quiere preguntarle por qué se lo dio. ¿Qué esperaba que aprendiera? Cuando él pueda, le contestará: “El mundo humano es cruel. No hay buenos salvajes. Ni siquiera entre los niños que creemos inocentes. Hay lucha de poder y engaño y sumisión. Siempre. Y también a los que se interponen con la voz de la sensatez se los ejecuta.”

Frik termina el secundario y se anota en la carrera de Letras. Es entonces cuando la presencia política toma mayor relevancia. Aunque ella se mantenga al margen. El regreso de Perón no es una fiesta, es una masacre. Todos se autoproclaman responsables de la victoria. Los jóvenes por jóvenes y montoneros, los viejos por sindicalistas y curtidos. Los que resistieron desde el 55 se consideran imprescindibles, igual los que leen a Marx y sueñan en el socialismo. No hay lugar para los dos. Se enfrentarán en Ezeiza. Se tiraran muertos y serán expulsados de la plaza cuando el brazo se tuerza a favor de los mismos de siempre. Hay (quiero leer) en la novela, una sutil comparación con Perón como si fuera Cronos, el Titán que derrotó a su padre Urano para gobernar el mundo y que luego fue derrotado por sus propios hijos (sindicatos y montoneros, enemigos entre sí, enemigos del propio padre dominado por un brujo y el recuerdo de una mujer muerta) en lo que se conoció como al gran guerra, la Titanomaquia.

En ese contexto sigue la vida de Frik. En ese contexto se desvirtúa la vida de sus compañeros de la obra de teatro, de sus padres y de un país que va camino hacia un solo lugar: la infelicidad.

“¿A qué huele la infelicidad? A puertas cerradas y opacas, a persianas bajas, a polvo acumulado sobre los muebles, a zapatos que se tuercen sin que nadie cambie los tacos, a  ropa sin lavar, a todo lo que amarillea y se deteriora sin terminar de desintegrarse dentro de cajones ocultos, a los que solo el desdichado tiene acceso.”