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lunes, 24 de noviembre de 2014

Apuntes de un casamiento en Ayacucho




El camino que va de la ruta 2 a la ciudad es el mismo de True detective. Con más pozos. Se respira el increíble aire de asesinato en una ciudad de provincia. De cuerpos mutilados en los sembradios al costado de la ruta. La iglesia de Ayacucho es imponente. El hotel no. Tiene pileta, pero queda a dos cuadras y sólo se puede usar de 20 a 22 hs, cuando la pileta cierra. El casamiento es en la Sociedad Rural. Alguien fantasea que el cantor contratado sorpresa está en el hotel, en alguna de las habitaciones. O en la pileta. No hay otro diario que no sea Clarín. Lo hay, pero no conozco como se llama. Ni siquiera me acerco. Busco la revista Ñ. No llega a la ciudad.

Los autores que se quejan que la gente no lee. ¿Cuántos libros compran y leen por mes? ¿Y por año? Los escritores que reniegan de Tinelli: ¿Qué harían si aparece en Showmach con su libro y lo promociona? ¿Sería como Pedro negando a Jesús? ¿Llorarían amargamente cuando cante el gallo y se agota la primera edición que creyeron inagotable?

Canta Pocho La Pantera en el casamiento. En el primer tema se encarga de demostrar el play back. Euforia. Adrenalina. Descontrol. Pocho pide que la gente se baje del escenario, promete que las fotos serán al final. 7 minutos sin ningún tema propio. Impecable. Cuello duro. Una toalla que le rodea los hombros. Los novios querían contratar a Vilma Palma. Pocho anuncia que se tiene que ir porque toca en Alvear. 13 minutos y hace más ruido el coro que el play back de Pocho. Saltos. Alegría. Diversión. Vilma Palma cobraba 100 más hotel y comida. Pocho repite que lo esperan en Alvear. 18 minutos y ningún tema propio. Anuncia los dos últimos. Todos quieren su foto con él. Nombra por tercera vez al novio, la última confunde el nombre y se olvida el nombre de la novia. 20 minutos. Canta “El hijo de Cuca”. Exxxtasis. Avalanchas. Sofocones. El manager-seguridad-chofer se sube al escenario y cubre con su mano y espalda la retirada intempestiva del artista.  Nadie pide un bis. Es como si se hubieran llevado al jefe de la ONU por temor a un atentado. Pocho se olvidó de las fotos. Queda el recuerdo del hijo de Cuca.

Pregunto en el hotel cómo ir a un librería. Me indican, y además me aclaran que es grande y voy a encontrar de todo. Error mío, emocionarme como ante Pocho. La librería es escolar. Doble error, preguntar si hay otra que venda libros "de leer" digo y hago un gesto que remarca mi insalvable condición de forastero, que no disimularé ni dejando de usar el cinturón de seguridad. Tengo biblioteca personal de emergencia en la valija. Termino de leer “Además, el tiempo” una muy buena novela de Salvador Biedma. Empiezo con “Dos” de Giselle Aronson y releo los apuntes para presentar la excelente “Los Casquivanos” de Nicolás Hochman.

Agustín cae de nariz corriendo entre la tierra y el pasto. Se marca la nariz y un poco la trompa. Está grande. Ya estamos acostumbrados a sus golpes. Se va con otros nenes y nenas. Una lo agarra del cuello, como muestra de afecto y lo ahorca. Agustín llora. No entiende todavía que eso también es amor.

Las sobras del casamiento las comemos en Luz y Fuerza, previa mateada en el Club Independiente de Ayacucho. Novia contenta y ya esposa. Esposo de voz ronca y generoso para la bebida y el morfi. Al costado del predio, autos, camiones, chatarra de la que secuestra la policía y abandona. Otra vez True detective primera temporada. Aunque no con el final redentor. Hay que volver a Mar del Plata y escribir. La única manera de ganarle dos minutos al olvido.